Matías y Pedro

19.12.07

Matías el gangoso era guapo como un abedul entre ortigas. Pedro no carecía de gracia, una especie de halo simiesco totalmente despreciable para el género femenino de hormonas alteradas.
Matías atraía a estas como la miel a las moscas pero su vocación de bobalicón hacía que las más estiradas y macizas escaparan.
Pedro, aún feo como un tronco humeante, destilaba sus palabras con brío de alquimista, ágil de lengua y concienzudo delineante del bello castellano: engatusaba a cualquiera. A cualquiera. Pero seguía sin follar. Se convertía en el paño de lágrimas de los amoríos de las féminas más promiscuas y la esperanza de los sueños principescos de las gordas.
No había solución, Matías y Pedro tenían que trabajar juntos si querían comerse algo con olor a fresa: Matías pondría el careto y Pedro la verborrea.
La idea les vino viendo Mad Max por quinta u octava vez, exactamente cuando en la “Cúpula del Trueno” pelea a muerte Mel Gibson contra una dupla de gigante atolondrado y un cerebro vil de patas cortas: serían esos dos contra las hordas femeninas de Gibson… o algo así. Matías atraería al mejor género y Pedro remataría con generosa concupiscencia.
Quien iba a pensar que al tiempo de poner en práctica la estratagema un par de chavalas se acercarían al querer amistoso de tales individuos; el problema no era tanto descifrar cómo un plan tan patético había funcionado, si no decidir quien se quedaba con una u otra muchacha para atacar “a saco”. Cómo decidir si una era lista y perspicaz -pero fea cual holocausto- y la otra bellísima, como esculpida por Fidias -pero más seca que una piedra en un desierto-.
Como búhos en un zeppelín se miraron y se plantearon por primera vez cosas que nunca ni siquiera sabían que existían, esas cosas que sabes que llegan algún día y que nunca se van…
En ese instante a los cuatro les atravesó la infancia de seguido y a más de uno le salió alguna cana.


Manuel Gutiérrez

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