Hay alguien en la habitación del niño 1ª parte

27.1.08

"El primer indicio ocurrió una tarde del pasado otoño, cuando sonó el estrépito de una puerta al cerrarse de golpe. Pensé: Vaya viento. Pero al alzar la vista del periódico que estaba leyendo, me encontré con las hojas lacias del sauce que acaricia los cristales de la terraza del salón. Ni una pizca de viento, aquella tarde de otoño. Pensé: Una puerta de la casa de la vecina. Aun así me levanté y avancé por el pasillo, periódico en mano. Revisé puertas y ventanas. Todo en su sitio. Excepto la puerta del cuarto de Miguel.
Yo nunca cierro la puerta de su cuarto. Las habitaciones que tienen siempre la puerta cerrada son habitaciones de muerto. Se las deja así, atrancadas, para no echar de menos al que se ha ido, pero también porque dan un poco de miedo todos esos objetos que ya no tendrán uso. Las habitaciones que tienen la puerta unas veces abierta y otras cerrada son las que se utilizan; uno nunca sabe cómo las ha dejado, si una corriente repentina las golpeará contra el marco o si el gato se desgañitará queriendo salir de su encierro. Y luego están las habitaciones que tienen siempre la puerta abierta. Estas son las de los muertos a los que no se olvida. Como Miguel.
La puerta del cuarto de Miguel se había cerrado sola, aquella tarde de otoño sin viento. Llevaba años abierta, y aun así no le había costado demasiado girar sobre sus goznes y encajarse en el marco de madera. Sin rechinar, limpiamente. Clac.

La volví a abrir. Dentro no había nada que justificase aquel movimiento inesperado. Ninguna ventana abierta, ningún gato. Yo no tengo gato. No soplaba viento aquella tarde de otoño. La dejé abierta y volví al salón, a mi lectura. No pensé más en la puerta del cuarto de Miguel durante varios días.
Tengo casi setenta años y a mi edad es posible oír cosas que no existen. Una conocida me contó en la sala de espera del médico que por las noches oye golpes. No en la puerta de la calle, como sería lo esperable, ni siquiera en la de su dormitorio, sino en la del armario de luna que está frente a su cama. Como si hubiera alguien encerrado dentro o como si uno de sus trajes hubiera cobrado vida. No se puede atribuir la responsabilidad a un gato: mi amiga tampoco tiene gato (no es cierto que todas las ancianas tengamos uno). Tampoco a las termitas, ya que no se trata de un crepitar leve, sino de golpes claros, contundentes, como de alguien que llama con la intención de entrar. A esta mujer le han hecho todo tipo de pruebas y de reconocimientos, y han llegado a una conclusión que viene a decir, en palabras sencillas y cotidianas, que los ruidos están en el interior de su cabeza. No es cierto. Mi amiga me ha contado (aunque a los médicos no se lo ha llegado a decir) que si se pone tapones de cera en los oídos duerme de un tirón, sin oír nada. Los golpes no están dentro de su cabeza, sino en el exterior, al otro lado de la puerta del armario de luna de su dormitorio. [...]"


Hay alguien en la habitación del niño, Beatriz Olivenza Bernardo

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